Autor: Luis Fernando Arredondo Gómez
[Cuento escrito en Envigado en noviembre de 1995 como trabajo final del curso de Informática de la Universidad de Antioquia, dictado por la filósofa Clara Posada y publicado en la revista UNAULA de la Universidad Autónoma Latinoamericana en septiembre de 1998. Recientemente vi la película Good Will Hunting (Mente indomable) de 1997, cuyo argumento podría ser un plagio de parte de mi texto. Al final de este blog haré próximamente el comentario correspondiente.]
“Señor
Six”-me dijo el editor- “Si desea escribir un cuento, maneje diestramente
la técnica, conozca en profundidad el tema, oblíguese a un perfecto dominio del
idioma, y consigne a mi nombre la siguiente suma.” El hombre me entregó
despectivamente un recibo, y yo... supe hace un par de meses que murió luego de
una larga enfermedad.
Los recuerdos son lo único que lleva calor a
mi corazón en estos días de penurias e invierno; muchas voces del pasado
retumban en mi cabeza como los cascabeles en el gorro del bufón. Una bruja de
mi tierra dispuso en mi camino tal carga, cuando entre un puñado de malos
augurios señaló la carta del loco y
dijo: “¡Este es usted!”. Como ven, soy otro de aquellos espantapájaros
dominados por el tarot.
Al final de la sesión, la noche me esperaba
en las calles, y un chico deforme me hizo entrega de un papel que así rezaba:
“¡Asegure su
futuro!
¡Busque un nuevo horizonte!
h= 6.626 x 10(-27) ergios x segundo
h= 6.626 x 10 (-34) joules x segundo
¡Hágalo Ya!”
Nunca un designio me había mostrado su
fatalidad de forma tan ostensible. Debía marcharme de Colombia, eso era seguro,
pero a dónde y con qué. Además, ¿qué significaban todos esos números? Mis horas
de sueño desaparecieron durante varios días, mientras encontré la vía de
solución al problema: decidí ir a preguntarle a Antorcha Mockus, Rector de la Universidad Nacional, matemático y
abuelo de Antanas. Juntos buscamos la respuesta en decenas de libros, pero sólo
encontramos que la “h” o Constante de Planck fue descubierta
recientemente por un científico europeo.
La venta de mis cosas me proporcionó dinero
suficiente para llegar hasta el Puerto de Cartagena. Mas cuando me embarqué
como ayudante de barco, en mis bolsillos sólo estaba el papelito aquel. Después
de dos meses de maltratos y humillaciones el capitán ordenó que me apeara en el
Puerto de Ámsterdam. Aquí permanecí hasta octubre de 1904. Me alimentaba con
sobras y dormía en la acera frente al Hotel Francés.
Una mañana me despertó un cortejo de
carruajes que se dirigían a un extremo del puerto. Era una comitiva oficial que
se disponía a recibir a un visitante ilustre. Del barco Sión comenzaron
a descender una serie de hombres regordetes, envueltos en fracs negros y
alhajas. Algunos tenían unos bucles negros que desde unos horribles sombreros,
bordeando una barba descuidada, les caían sobre los hombres. Los regordetes y
escuálidos se distinguían además por su idioma, pero tenían en común una mirada
astuta, una nariz ganchuda, unos dientes torcidos, un aroma nauseabundo y un
maletín grasoso que aferraban con fuerza. Un hombre junto a mí me comentó que
todos eran judíos. Cuando asomó su
cabeza engominada un hombre bajo, de barba y anteojos, una banda entonó las
notas del himno holandés y varias personas empezaron a gritar ¡Freud!, ¡Freud! El hombre saludo, descendió, se montó en un
suntuoso carruaje y partió al Salón Real, a unos cinco kilómetros del puerto,
donde el gobierno le haría un homenaje. Los reporteros comentaron que aquél era
el científico más grande que había pisado los países bajos. Decidí seguirlo.
Sigmund Freud, padre del Psicoanálisis |
Al final del homenaje a Freud, me acerqué a él y le enseñé mi papel. Me dijo que esa
fórmula la ideó el físico alemán Max Planck, a quien podría
encontrar en la ciudad de Kiel. Para continuar mi viaje decidí pedir dinero a
la pudiente sociedad que se encontraba allí. Así obtuve las monedas necesarias
para llegar a Alemania.
La temporada invernal arreciaba de forma
terrible en el centro de Europa, tanto que en sueños ansiaba siempre volver a mi
hogar. El transporte por tierra era tortuoso. El trasborde de trenes era la
nota imperante, lo que originaba retrasos que sumaban días. Las estaciones
ferroviarias eran lugares inseguros, especialmente ahora que desde Rusia y Francia se excitaba a las naciones
con ideas revolucionarias.
En Alemania, el ejército prusiano realizaba
un control sistemático y una requisa de todos los medios de transporte y
pasajeros. La represión era devastadora. Cada sujeto sobre el cual recaía la
sospecha, era tratado con vileza. En una pesquisa fui detenido y llevado por un
pelotón de soldados hasta un funesto fortín que servía como cárcel en las
afueras de Berlín. Aquí pasé dos años
de mi paupérrima existencia “crucificado”
por la justicia de una cultura que detesta a los mestizos.
Entre rejas llegaron a mis manos algunos
artículos relativos al profesor Planck.
Contaban que había nacido en Kiel, el veintitrés de abril de 1858, que obtuvo un doctorado de
filosofía en Munich, donde fue profesor entre 1880 y 1885. Entre 1889 y 1892
fue docente de física matemática en la
Universidad de Berlín.
Filosóficamente, Planck profesaba una forma de realismo relativista, que plantea la primacía de la realidad sobre la razón. La realidad sería el conjunto de datos que nos proporcionan nuestros sentidos, por lo que sería esta experiencia sensorial la fuente primaria de todo nuestro conocimiento. El relativismo como doctrina se refiere a la imposibilidad de llegar a la verdad total de un ser. Siempre habrá algo que desconozcamos.
Por un compañero de patio que también se
interesaba por estos temas, supe que “el profe” había desarrollado una compleja
teoría a partir de sus estudios de la radiación negra.
- “Oye Bud ¿Cómo así que radiación negra?”–le dije.
- “Eso, mi querido Six, es como la energía
emitida por un gato negro que corre
y suda en un cuarto oscuro.”- respondió.
-“¿Y entonces?” – agregué.
-“¡Pues
eso es todo lo que sé!” –concluyó.
Nuestra confusión respecto a la teoría de Planck fue compartida por todo el ámbito
científico, que se preparó para recibir al “profe” en Berlín. Éste hizo
pública ese día su Teoría
de los Quantos. Yo estuve allí días después de que terminaron mis años de presidio.
El recinto de la Universidad de Berlín estaba a reventar. Hubo una gran algarabía, y
todos esperábamos con ardor la llegada del ilustre científico. Por suerte me
ubiqué en primera fila, junto a los discípulos de Planck, y como éstos recibí el cordial saludo del “profe”.
Comienzo del cuento |
Carátula Unaula 18 |
Planck era delgado y de mediana estatura. Usaba traje formal de color gris, corbata y
zapatillas negras. Gestualmente sereno, con un bigote grueso que cubría su
boca, ojos azules y confiados, afables y pacientes. Nariz prominente y
aguileña. Sus labios eran muy finos, su tez blanca y su cabeza prematuramente calva tenía forma de huevo. Sus manos eran pequeñas y flacas, sus dedos estaban
cubiertos de vellos cortos y negros. Su aliento y sus dientes manchados delataban su adicción por el tabaco.
Luego de ser ovacionado y de inclinarse ante
el auditorio, se dirigió a un inmenso pizarrón y escribió las fórmulas que
contenían mi papel, y agregó:
Tiempo x energía = longitud x impulso = momento cinético = acción
(Quanto de acción).
El auditorio quedó en silencio y Planck habló:
“Rayleigh, aunque lógico, no nos dio una
ley que estuviera de acuerdo con la experiencia. Esta imposibilidad no sólo
detuvo el desarrollo de la termodinámica,
sino el de toda la física. Por tanto, expondré para ustedes apartes de mi teoría cuántica.”
Y agregó:
“¡Señores, la materia no puede emitir energía radiante
más que por cantidades finitas y proporcionales a la frecuencia!”
El auditorio aulló
ante su propio asombró…
Plank dijo:
“¡Señores, Quanto es la cantidad de energía radiante emitida
por la materia, proporcional a su frecuencia!... ¡Y El factor de
proporcionalidad es una constante universal que tiene las dimensiones de una
acción mecánica. Esa constante corresponde a los valores y obedece a los
principios que aparecen en la pizarra!”
El público
aulló...
Los
estudiosos se retorcieron: todos se preguntaron cómo era la cosa…
Continuo Plank,
casi sin pestañear:
“¡El Quanto como principio restringe el papel de los
osciladores!...¡Recordemos que un oscilador es
el punto material atraído hacia una posición de equilibrio por una fuerza
proporcional a la elongación!...”
-
“¡Por supuesto! ¡Claro que sí!
¡Obvio!” – respondieron los asistentes.
-
“ ¡Muchachos,
ustedes saben que el oscilador constituye un sistema mecánico que goza de una
propiedad muy particular! ¿Cuál es?” –pregunto Planck.
-
“Ummmmm... ¡Aaaaaaah!... Pero
no... ¡Cuál es ques!”-balbuceaban todos.
-
“¡Muchachos, sí
ustedes lo saben: la propiedad de que sus oscilaciones tienen una frecuencia
independiente de su amplitud!”
-
“¡Claro¡... ¡Obvio!” –respondió el
auditorio al unísono.
Por
mi parte me mantuve en silencio durante toda la conferencia, y al igual que los
demás, no comprendí ni “mu”... Cuando aquello terminó, me fui con el “profe” y sus
discípulos a tomar cerveza en
una de las tabernas de la capital. Hasta allí llegó Albert
Einstein a saludar al “profe” con chistes y violín. Se sentó en nuestra mesa y
comenzó a tocar el instrumento. Aunque Planck
apreciaba a aquel judío, no dejó
de manifestar su desacuerdo con el uso que hacía de la prensa para darse
notoriedad. Años después aquel hombre
utilizaría todos los medios a su alcance para combatir al gobierno hitleriano,
declaradamente antisemita.
Albert Einstein, físico de La Relatividad |
Planck
agregó:
“Einstein es un engreído... y
nosotros somos hormigas”
-
“¿Por qué hormigas, profesor? – pregunté.
-
“Pues
porque... ¿Cuál es su nombre, joven?”
-
“Six Alberto
Molina”
-
“Mi querido Six, sólo comprendiendo a las hormigas
podremos predecir el comportamiento de nuestra sociedad. Sólo estudiando el mundo
microfísico podrá conocer el mundo macrofísico. Pero hay algo que nunca podremos conocer...”
-
¿Qué no podremos conocer, profesor?
-
¡Pues lo incognoscible, amigo Six!
Al dialogar con Planck supe que consideraba imposible conocer la posición de un
objeto en movimiento, lo cual me pareció obvio, y aunque inicialmente no estuve
de acuerdo con las relaciones que establece entre lo micro y lo macro, considero
acertada su posición, pues el microuniverso,
a pesar de las limitaciones que siempre tendremos para conocerlo, será
teóricamente más manipulable que el macrouniverso.
Años después, Planck fue nombrado Presidente
de la Sociedad de Ciencias de Berlín.
En 1918 recibió el Premio Nobel de física
y durante el Tercer Reich alemán (1933-1945) permaneció
en su país. Murió en Gotinga en 1947.
Su teoría serviría de base para las teorías del átomo de hidrógeno de Niels Bohr, de la mecánica de matrices
de Werner Heisenberg, del efecto
fotoeléctrico y de la relatividad de Albert Einstein,
de la mecánica ondulatoria de Erwin
Schrodinger, y de las Ondas de De
Broglie.
A mí el señor Planck me ayudó a conseguir un puesto en la Sociedad de Ciencias de
Berlín... desgraciadamente no pudo evitar que siguiera indocumentado. Allí me
llaman, después de cuarenta años de trabajo serio y responsable, der indokumentierter Strassenfeger (el barrendero indocumentado).
Monumento al connotado barrendero de esta historia |
Este cuento fue el trabajo final para el curso de Informatica, dictado por la profesora Clara Posada. Fue el intento de explicar la Teoria Cuantica de Max Planck. Fecha noviembre de 1995. Fue publicado en la Revista Unaula numero 18, de septiembre de 1998. Para dicha publicacion no tuve la oportunidad de hacer correccion de pruebas, por lo que aparecio con mas errores que los habituales.
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