viernes, 9 de noviembre de 2012

Confesiones de un perdedor

Autor: Luis Fernando Arredondo Gómez



    [Escrito en Itagüí el 21 de agosto de 2000, durante mis meses de rebusque en el bar El Sombrerón. Hasta antier -5 de julio de 2016- me sentí apenado, avergonzado, indigno, débil, por haber publicado esta muestra de abatimiento. Pero luego de distintas lecturas encuentro que he recopilado este y otros lamentos del hombre excluido por el sistema económico vigente, lo cual constituye un ejemplo casi sociológico de su realidad y de todo lo que aguanta y sufre. Más que un lamento es una expresión de inconformismo y de la necesidad de dar un rumbo nuevo a un mundo que si es dirigido y usufructuado por unos pocos, también es sufrido, lamentado y maldecido por una mayoría que tiene el poder de cambiar las cosas, cuando comience a pensar y a sentir con cabeza y corazón propios, y decida dar un giro de 360 grados a esta terrible situación .] 




 
Finales del año 2000


    Más frecuentemente de lo que quisiera se me humedecen los ojos, y cuántas veces no existe una compañía, un beso o una sonrisa que mitiguen mi tristeza. Inmerso en la incomprensión y en la mofa, cuánto añoro ser una medianía. Generalmente fuera de tiempo y de lugar, las menos de las veces (aunque las más sentidas) compatriota y contemporáneo del mundo.






    ¡Qué estrella determinó dicho curso! ¡Cuál será el punto final de esta historia! ¡Cuántas veces he añorado la tumba, y cuán inmerecidas son estas penas! ¿A qué dios humillé, qué pueblo arrasé, qué niños masacre, qué padres destruí?... ¡A dónde quieres llevarme, vida! ¡Dímelo de manera diáfana!... ¿O es acaso tan sombrío mi destino? ¿O es que acaso es un abismo inenarrable? No veo el final de este pavoroso túnel, sólo presiento los horrores que tan vívidamente narras: muerte y desintegración... deshonor.
 



     ¡Si tan sólo tuviera el poder para borrar esas risitas lastimeras, o la posibilidad de no provocarlas, de no ser el origen de tantas burlas, de tanta compasión, de tanto menosprecio! ¡Si no me sintiera invadido por la envidia, por la rabia...! ¡Si no me sintiera tan débil, si no estuviera tan anhelante de amor, de sexo, de carne, de poder, de muerte... no sería una mueca de lo que fui! ¡No sería un perdedor!

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