jueves, 13 de septiembre de 2012

Amantes de la luna (crónica)

Autor: Luis Fernando Arredondo Gómez

 

     [Relato de no ficción relativo al asesinato de Luz Adriana Arambure, estudiante de la Universidad de Antioquia. Fue escrito en Envigado en el segundo semestre de 2002 para el Taller de Redacción Periodística de dicha institución, a partir de una propuesta de clase del profesor Andrés Vergara. Aquel año continué los estudios de Comunicación Social después  de haberlos suspendido durante tres años.] 
 
 
 
 

Abril de 2002

 
Para mi luna que no entiende
por qué no estoy sentada
 en el lugar de siempre.”
Luz Adriana Arambure
(1978-2000)
 
 
 
 
 
     Fue el cariño de madre –ese palpitar en el pecho que sintoniza los pensamientos de ella con las vivencias de sus hijos-, o la intuición femenina, o el sentido común, o el destino, o el llamado de la sangre, o lo que fuera, aquello que llevó a doña Nubia y a su esposo ante el cuerpo inerte y lacerado de Luz Adriana Arambure. Anegado en un pantano de sangre, deformado por la sinrazón del mal, desnudo, con una horrible mueca de dolor en lo que quedaba del rostro, en un lote baldío ubicado entre Guayabal y Belén, fue encontrado el cadáver de la joven.
 
  
     ¿Quién o qué desvió a la muchacha de su camino a casa? ¿Qué hechos ocurrieron entre el momento en que su novio la acompañó a uno de los paraderos de buses frente a la Universidad de Antioquia, y el momento de su muerte? Lo primero ocurrió aproximadamente a las ocho de la noche de tan nefasto día. La luna estaba esplendorosa. Seguramente fue ésta la que sedujo a la muchacha, como siempre, y la condujo por senderos prohibidos hasta su  triste desenlace. Las decenas de fotografías, pinturas y poemas dedicados a esa “carita blanca” y apilados en el cuarto de Luz Adriana, atestiguan el amor que por ella sentía.

 
     En el mismo momento y lugar, pero en un mundo opuesto al de aquella luminosa estudiante de biología, otro amante de la luna acechaba en la noche a alguna víctima: un sicópata al que las caricias de aquella fría dama sumergían en el éxtasis de la insania, donde las imágenes son calientes y el tacto ansía la sangre, el orgasmo... La luna fatalmente los había unido: a ella adormeciéndola con su embrujo y con las melodías de algunos insectos noctámbulos, y a él poniéndolo presto, cual fiera azuzada, para arrojarse varilla en mano sobre la humanidad de la joven.
 
 
     Sólo la luna, los insectos y la noche fueron testigos del encuentro de aquellos mundos. Una reunión mortal para la inocencia, una injusticia humana secundada por la burocracia, como no podía ser de otra forma: aquellos mismos policías que se negaron a buscar a Luz Adriana, apremiaron a los desdichados padres para que firmaran las actas de levantamiento del cadáver, necropsia y defunción, cuando este fue hallado. Para esto se hizo uso del rapidógrafo que su padre iba a obsequiar a la difunta. 




 

La danza de las mariposas (poema)

Autor: Luis Fernando Arredondo Gómez



          [Escrito en Itagüí el 24 de diciembre de 2000, en plena ebriedad, ante la expresión erótica de algunas muchachas con la canción "Light my fire" de los Doors, en el bar El Sombrerón. Abajo, foto de la época, junto a mi hermana Diana y bajo los efectos físico-síquicos producidos por varios ataques de magia negra dirigidos en mi contra...]





El autor junto a su hermana Diana (finales del año 2000)


 
Siéntelas aletear en el aire
Esquivas cual ángeles que huyen
Siéntelas languidecer por sus amantes

 
Míralas reír entre su viaje
Tan coloridas, tersas y predecibles
De flor en flor, exhibiendo su arco iris

 
Son voluptuosas  las más deseadas
Emanan fuerza las más buscadas
Piensan demasiado  las más escasas

 
Son mil mariposas y así se comportan
Arrogantes frente al extraño
De los cuales soy el rey.


sábado, 1 de septiembre de 2012

Planck y yo (cuento)

Autor: Luis Fernando Arredondo Gómez

 
     [Cuento escrito en Envigado en noviembre de 1995 como trabajo final del curso de Informática de la Universidad de Antioquia, dictado por la filósofa  Clara Posada y publicado en la revista UNAULA de la Universidad Autónoma Latinoamericana en septiembre de 1998Recientemente vi la película Good Will Hunting (Mente indomable) de 1997, cuyo argumento podría ser un plagio de parte de mi texto. Al final de este blog haré próximamente el comentario correspondiente.]



Año 1995
 
 
     “Señor Six”-me dijo el editor- “Si desea escribir un cuento, maneje diestramente la técnica, conozca en profundidad el tema, oblíguese a un perfecto dominio del idioma, y consigne a mi nombre la siguiente suma.” El hombre me entregó despectivamente un recibo, y yo... supe hace un par de meses que murió luego de una larga enfermedad.



     Los recuerdos son lo único que lleva calor a mi corazón en estos días de penurias e invierno; muchas voces del pasado retumban en mi cabeza como los cascabeles en el gorro del bufón. Una bruja de mi tierra dispuso en mi camino tal carga, cuando entre un puñado de malos augurios señaló la carta del loco y dijo: “¡Este es usted!”. Como ven, soy otro de aquellos espantapájaros dominados por el tarot.



     Al final de la sesión, la noche me esperaba en las calles, y un chico deforme me hizo entrega de un papel que así rezaba:



 “¡Asegure su futuro!

¡Busque un nuevo horizonte!

h= 6.626 x 10(-27) ergios x segundo

h= 6.626 x 10 (-34) joules x segundo

¡Hágalo Ya!”




Max Plack, padre de la Física Cuántica.

 

      Nunca un designio me había mostrado su fatalidad de forma tan ostensible. Debía marcharme de Colombia, eso era seguro, pero a dónde y con qué. Además, ¿qué significaban todos esos números? Mis horas de sueño desaparecieron durante varios días, mientras encontré la vía de solución al problema: decidí ir a preguntarle a Antorcha Mockus, Rector de la Universidad Nacional, matemático y abuelo de Antanas. Juntos buscamos la respuesta en decenas de libros, pero sólo encontramos que la “h” o Constante de Planck fue descubierta recientemente por un científico europeo.



     La venta de mis cosas me proporcionó dinero suficiente para llegar hasta el Puerto de Cartagena. Mas cuando me embarqué como ayudante de barco, en mis bolsillos sólo estaba el papelito aquel. Después de dos meses de maltratos y humillaciones el capitán ordenó que me apeara en el Puerto de Ámsterdam. Aquí permanecí hasta octubre de 1904. Me alimentaba con sobras y dormía en la acera frente al Hotel Francés.



     Una mañana me despertó un cortejo de carruajes que se dirigían a un extremo del puerto. Era una comitiva oficial que se disponía a recibir a un visitante ilustre. Del barco Sión comenzaron a descender una serie de hombres regordetes, envueltos en fracs negros y alhajas. Algunos tenían unos bucles negros que desde unos horribles sombreros, bordeando una barba descuidada, les caían sobre los hombres. Los regordetes y escuálidos se distinguían además por su idioma, pero tenían en común una mirada astuta, una nariz ganchuda, unos dientes torcidos, un aroma nauseabundo y un maletín grasoso que aferraban con fuerza. Un hombre junto a mí me comentó que todos eran judíos. Cuando asomó su cabeza engominada un hombre bajo, de barba y anteojos, una banda entonó las notas del himno holandés y varias personas empezaron a gritar ¡Freud!, ¡Freud! El hombre saludo, descendió, se montó en un suntuoso carruaje y partió al Salón Real, a unos cinco kilómetros del puerto, donde el gobierno le haría un homenaje. Los reporteros comentaron que aquél era el científico más grande que había pisado los países bajos. Decidí seguirlo.
 
 

Sigmund Freud, padre del Psicoanálisis

                                              
                                           
     Al final del homenaje a Freud, me acerqué a él y le enseñé mi papel. Me dijo que esa fórmula la ideó el físico alemán Max Planck, a quien podría encontrar en la ciudad de Kiel. Para continuar mi viaje decidí pedir dinero a la pudiente sociedad que se encontraba allí. Así obtuve las monedas necesarias para llegar a Alemania.



     La temporada invernal arreciaba de forma terrible en el centro de Europa, tanto que en sueños ansiaba siempre volver a mi hogar. El transporte por tierra era tortuoso. El trasborde de trenes era la nota imperante, lo que originaba retrasos que sumaban días. Las estaciones ferroviarias eran lugares inseguros, especialmente ahora que desde Rusia y Francia se excitaba a las naciones con ideas revolucionarias.



     En Alemania, el ejército prusiano realizaba un control sistemático y una requisa de todos los medios de transporte y pasajeros. La represión era devastadora. Cada sujeto sobre el cual recaía la sospecha, era tratado con vileza. En una pesquisa fui detenido y llevado por un pelotón de soldados hasta un funesto fortín que servía como cárcel en las afueras de Berlín. Aquí pasé dos años de mi paupérrima existencia “crucificado” por la justicia de una cultura que detesta a los mestizos.



     Entre rejas llegaron a mis manos algunos artículos relativos al profesor Planck. Contaban que había nacido en Kiel, el veintitrés de  abril de 1858, que obtuvo un doctorado de filosofía en Munich, donde fue profesor entre 1880 y 1885. Entre 1889 y 1892 fue docente de física matemática en la Universidad de Berlín.

 

Planck y yo entre las páginas 231 y 238
Revista Unaula de septiembre de 1998





 







      Filosóficamente, Planck profesaba una forma de realismo relativista, que plantea la primacía de la realidad sobre la razón. La realidad sería el conjunto de datos que nos proporcionan nuestros sentidos, por lo que sería esta experiencia sensorial la fuente primaria de todo nuestro conocimiento. El relativismo como doctrina se refiere a la imposibilidad de llegar a la verdad total de un ser. Siempre habrá algo que desconozcamos.



     Por un compañero de patio que también se interesaba por estos temas, supe que “el profe” había desarrollado una compleja teoría a partir de sus estudios de la radiación negra.



- “Oye Bud ¿Cómo así que radiación negra?”–le dije.

- “Eso, mi querido Six, es como la energía emitida por un gato negro      que corre y suda en un cuarto oscuro.”- respondió.

-“¿Y entonces?” – agregué.

-“¡Pues eso es todo lo que sé!” –concluyó.



     Nuestra confusión respecto a la teoría de Planck fue compartida por todo el ámbito científico, que se preparó para recibir al “profe” en Berlín. Éste hizo pública  ese día su Teoría de los Quantos. Yo estuve allí días después de que terminaron mis años de presidio.



     El recinto de la Universidad de Berlín estaba a reventar. Hubo una gran algarabía, y todos esperábamos con ardor la llegada del ilustre científico. Por suerte me ubiqué en primera fila, junto a los discípulos de Planck, y como éstos recibí el cordial saludo del “profe”.  
 

                                   
Comienzo del cuento
Carátula Unaula 18

                
     Planck era delgado y de mediana estatura. Usaba traje formal de color gris, corbata  y zapatillas negras. Gestualmente sereno, con un bigote grueso que cubría su boca, ojos azules y confiados, afables y pacientes. Nariz prominente y aguileña. Sus labios eran muy finos, su tez blanca y su cabeza prematuramente calva tenía forma de huevo. Sus manos eran pequeñas y flacas, sus dedos estaban cubiertos de vellos cortos y negros. Su aliento y sus dientes manchados delataban su adicción por el tabaco.



     Luego de ser ovacionado y de inclinarse ante el auditorio, se dirigió a un inmenso pizarrón y escribió las fórmulas que contenían mi papel, y agregó:



Tiempo x energía = longitud x impulso = momento cinético = acción (Quanto de acción).





El auditorio quedó en silencio y Planck habló:



Rayleigh, aunque lógico, no nos dio una ley que estuviera de acuerdo con la experiencia. Esta imposibilidad no sólo detuvo el desarrollo de la termodinámica, sino el de toda la física. Por tanto, expondré para ustedes apartes de mi teoría cuántica.”



Y agregó:

“¡Señores, la materia no puede emitir energía radiante más que por cantidades finitas y proporcionales a la frecuencia!”



El auditorio aulló ante su propio asombró…



Plank dijo:



     “¡Señores, Quanto es la cantidad de energía radiante emitida por la materia, proporcional a su frecuencia!... ¡Y El factor de proporcionalidad es una constante universal que tiene las dimensiones de una acción mecánica. Esa constante corresponde a los valores y obedece a los principios que aparecen en la pizarra!”



El público aulló...

Los estudiosos se retorcieron: todos se preguntaron cómo era la cosa…



Continuo Plank, casi sin pestañear:



“¡El Quanto como principio restringe el papel de los osciladores!...¡Recordemos que un oscilador es el punto material atraído hacia una posición de equilibrio por una fuerza proporcional a la elongación!...”

-          “¡Por supuesto! ¡Claro que sí! ¡Obvio!”respondieron los asistentes.



-          “ ¡Muchachos, ustedes saben que el oscilador constituye un sistema mecánico que goza de una propiedad muy particular! ¿Cuál es?” –pregunto Planck.



-          “Ummmmm... ¡Aaaaaaah!... Pero no... ¡Cuál es ques!”-balbuceaban todos.





-          “¡Muchachos, sí ustedes lo saben: la propiedad de que sus oscilaciones tienen una frecuencia independiente de su amplitud!”



-          “¡Claro¡... ¡Obvio!” –respondió el auditorio al unísono.





Por mi parte me mantuve en silencio durante toda la conferencia, y al igual que los demás, no comprendí ni “mu”... Cuando aquello terminó, me fui con el “profe” y sus discípulos a tomar cerveza en una de las tabernas de la capital. Hasta allí llegó Albert Einstein a saludar al “profe” con chistes y violín. Se sentó en nuestra mesa y comenzó a tocar el instrumento. Aunque Planck apreciaba a aquel judío, no dejó de manifestar su desacuerdo con el uso que hacía de la prensa para darse notoriedad. Años después aquel hombre utilizaría todos los medios a su alcance para combatir al gobierno hitleriano, declaradamente antisemita.



Albert Einstein, físico de La Relatividad


                                          
Planck agregó: “Einstein es un engreído... y nosotros somos hormigas”

-          “¿Por qué hormigas, profesor? – pregunté.

-           “Pues porque... ¿Cuál es su nombre, joven?”

-          Six Alberto Molina

-          “Mi querido Six, sólo comprendiendo a las hormigas podremos predecir el comportamiento de nuestra sociedad. Sólo estudiando el mundo microfísico podrá conocer el mundo macrofísico. Pero hay algo que nunca podremos conocer...”

-          ¿Qué no podremos conocer, profesor?

-          ¡Pues lo incognoscible, amigo Six!



     Al dialogar con Planck supe que consideraba imposible conocer la posición de un objeto en movimiento, lo cual me pareció obvio, y aunque inicialmente no estuve de acuerdo con las relaciones que establece entre lo micro y lo macro, considero acertada su posición, pues el microuniverso, a pesar de las limitaciones que siempre tendremos para conocerlo, será teóricamente más manipulable que el macrouniverso.



    Años después, Planck fue nombrado Presidente de la Sociedad de Ciencias de  Berlín. En 1918 recibió el Premio Nobel de física y durante el Tercer Reich alemán (1933-1945) permaneció en su país. Murió en Gotinga en 1947. Su teoría serviría de base para las teorías del átomo de hidrógeno de Niels Bohr, de la mecánica de matrices de Werner Heisenberg, del efecto fotoeléctrico y de la relatividad de Albert Einstein, de la mecánica ondulatoria de Erwin Schrodinger, y de las Ondas de De Broglie.



     A mí el señor Planck me ayudó a conseguir un puesto en la Sociedad de Ciencias de Berlín... desgraciadamente no pudo evitar que siguiera indocumentado. Allí me llaman, después de cuarenta años de trabajo serio y responsable, der indokumentierter Strassenfeger (el barrendero indocumentado).



Monumento al connotado barrendero de esta historia