martes, 18 de marzo de 2014

El pueblo de Jacob (cuento)

Autor : Luis Fernando Arredondo Gómez


    [Cuento hecho en Envigado en el segundo semestre del año 1998, para el Taller de Escritura de la Universidad de Antioquia, dictado por la directora del Círculo de Periodistas de Antioquia, Rocío Rojas.]






Año 1998 posiblemente


    “¡Sólo quienes tienen dinero merecen respeto!”, sentenciaban los obesos, ojibrotados y ojerosos habitantes de aquel villorrio, mientras aquel “extraño” se alejaba definitivamente de allí.
 
    “¡Maldito holgazán, siquiera te largaste de aquí!”, le gritaban muchos con la seguridad de que aquél no los escucharía.
 
    “¡Bestia desgraciada, bicho crudo, muerto de hambre!”, agregaban otros.
 
    “¡Malmarido... mantenido!”, le gritaban al unísono su esposa y familiares, mientras las lágrimas de su hijo se unían con el mar.



[1]



    Clodoveo había sido un niño reservado y caprichoso. Se horrorizaba frente al comportamiento bestial de las demás criaturas y por ello se aisló. Gustaba de la soledad, la lectura y el salmón. Su madre, que fue buena con él hasta que le convino o lo soportó, le enseñó a ser un gran glotón ávido de “comida de mar”, especialmente. Su padre fue un canalla hasta el final de sus días: jamás lo quiso.

    Sin embargo, el pequeño creció fuerte y feliz. Sus ojos estaban llenos de sueños y en su alma, los ideales esbozaban ya su futuro gobierno. Pero poco había en el mundo que fundamentara su ingenua alegría, pues nadie le enseñó cómo hacerle los quites al mal.

     Luego de varios años, vemos a Clodoveo convertido en el mejor estudiante de su curso, obtiene una beca para asistir a la universidad y allí, mientras sus compañeros mayores se pelean por los ascensos en las corporaciones públicas, denigran de las mujeres y en veces se burlan de él, escribe poemas y se ha hecho un especialista en los temas que, en el pueblo donde nació, a nadie interesan.
 
    “¡No me siento bien aquí, no me gusta lo que me ocurre!”, solía decir a sus amigas, quienes sin comprenderlo generalmente, se entusiasmaban ante las apasionadas afirmaciones del joven. “¡Cuéntanos más sobre eso!”, le decían.






    En el gran parque central de la Gran Urbe Mestiza, se agolpaba una multitud entusiasta con carteles que rezaban: “¡Que viva el gran candidato!”, “¡candidato, te queremos! Atentamente los sicarios”, “candidato, defiende a los animales!”, “¡con el caudillo, arriba las prostitutas!”, “a nuestro prócer distínganlo por su cuello blanco!”  Los opositores a dicho líder, en tanto, gritaban:

   “¡Nazareno, ladrón hijueputa!”
 
    Mientras sobre la tarima ubicada en medio del salado lago, tenía lugar el siguiente diálogo:
 
    -¡Doctor, esta manifestación de la Gran Urbe Mestiza no puede indicarnos más que su seguro triunfo!

 
    -Yo sinceramente lo dudo, Cóndor herido, recuerde que ni en el "nido de ratas" en donde nací pudieron comprender nunca a un gran blanco.






    La multitud estaba ardiendo a causa de la histeria, de un punto a otro de la plaza se escuchaban berridos y aullidos que a todos electrizaban. De pronto llegó hasta el podio el candidato, y a través de su boca pasaba una ensordecedora voz como de ultratumba:
     “¡El hedor de este cielo anuncia que próximamente lloverá sangre! ¡Quienes os han hecho sufrir, comenzarán a caer muertos desde esta misma noche, os lo juro!”

    La multitud rugía, entre los graznidos de los descontentos. Un conjunto de juegos pirotécnicos fueron accionados desde tierra, las hermosas figuras producidas por el fuego se reflejaban sobre el agua. De improviso un nuevo estallido resonó y cual si de los cielos llegaran, varios litros de oscura sangre cubrieron a buena parte de los sobresaltados asistentes, quienes seguidamente escucharon el estruendo producido por la caída en la tarima, cual descarga sobre gigantesco tambor, de una bestia de cuatro metros de longitud, media tonelada de peso, larguísima aleta dorsal y una quijada con una doble hilera de dientes: asesinado aquella noche fue el gran candidato Clodoveo.




Notas:
[1] Cuadro titulado "Hombre Frente a Mar de Nubes" de la pintora Concha Rosado Farelo.


COMENTARIO (Julio de 2016)

    De niño la única actividad lúdica que compartía con mi padre era asistir a cine. ¿Quién proponía el plan y las películas? No lo recuerdo, porque ni antes, ni durante, ni después de la función cinematográfica hablábamos entre nosotros. Tan silenciosa fue mi infancia, que solo recuerdo las imágenes frente a la gran pantalla: Tiburón, La Guerra de las Galaxias y Superman.

    Tan impresionado quedé con el tiburón blanco -ese gran pez asesino- que le pedía constantemente a mi padre que me lo dibujara. Recuerdo que en las primeras ocasiones que yo trataba de hacerlo, parecía una espada que, decepcionado por mi incapacidad técnica, nunca terminaba. Cuando luego aprendí a dibujar ya el escualo había pasado a un segundo plano.

  Recuerdo frente al televisor, señal en blanco y negro en un televisor de tubos, entre los años 1975 y 1977, un ballet delirante - que pasados los años vinculo con el "Pájaro de fuego" de Igor Stravinsky- ; una serie animada llamada "El Fantasma"; recuerdo el pacto firmado por el Doctor Fausto con un demonio gordo, estrafalario y sonriente. Siempre estaba allí mi padre, silencioso, y yo conmocionado por una serie de sentimientos y artilugios que no aparecen en la cotidianidad.

    En una conversación universitaria en el año 1993, volvió a aparecer el tiburón. La conclusión. Yo deseaba ser como ese animal. Tanta era mi rabia y mi rencor. Recientemente he sabido que los peces son símbolos de liderazgo y de iniciación, vinculados con la sabiduría de la serpiente, más en su variedad marina, y el dragón. Cristo mismo fue simbolizado como un pez.

    Este cuento es un retrato surrealista que cubre mi juventud y que trata asuntos como el magnicidio, el materialismo, la incomprensión, el desamor y la muerte . También contiene elementos que son manifestación de esa enfermedad llamada racismo, de la que tuve cuadros tan agudos durante esa época, y de la que espero haberme curado.