Autor: Luis Fernando Arredondo Gómez
[Texto elaborado en Envigado en el segundo semestre de 2002, para el Taller de Redacción Periodística de La Universidad de Antioquia, dictado por el maestro en literatura colombiana, Andrés Vergara. Ese año continué estos estudios después de tres años de haberlos suspendido.]
Abril de 2002 |
“Me enloquece el ambiente de esta casa: cuando no es que al tipo ese le da por poner su música a todo taco, son las discusiones iniciadas por esa bruja de Miriam. En ambos casos todo acaba con objetos rotos, botellas, vidrios de ventanas, platos estrellados contra la pared. Sus gritos terminarán por perforarme las orejas. Luego, cuando todo acaba, no me dejan dormir con los jadeos de su absurda reconciliación. ¡Ya no soporto la vida marital de esos tontos!... "
"¡Y qué decir de las excentricidades del mocoso de Raúl!: hoy por
ejemplo me dejo en el parque toda la mañana, y con ese sol que hizo...
Estoy esperando que llegue con mi almuerzo. Ojalá no sea de los sobrados que encuentra en la nevera, tostados por el frío...¡Qué difícil es masticar esa
‘papilla’! ¡Ya no soy un niño!... nunca lo he sido.”
Cuando Rober, el bullterrier, llegó a casa de los González, todo el pueblo se burló de Fabián por haberle regalado a su mujer un “marrano con collar”. “¡De dónde habrá sacado a ese chandoso este bobo!”, criticaba una vecina. Otra agregaba: “No sólo siembra árboles a diestra y siniestra, sino que se dedicó a coleccionar rarezas. ¡Que perro tan feo!” Y otra concluía: “Mija, lo que pasa es que cuando al hombre se le atrancan los polvos, se vuelve loco.” La hilaridad desatada frente a la casa de los González inundaba la calle.
“¡Raúl! ¡Raúl!... ¡Raaauuuuuuúl! ¡Maldito mocoso!”, gritó
Miriam, quien con igual tono preguntó a su esposo por el paradero del niño.
Fabián le contesto que lo había mandado a recoger su machete donde su compadre.
La mujer siguió gruñendo: “¡Ya estoy mamada de cuidar esa cochinada de perro!
¡Tengo suficiente trabajo con ustedes, como para estar pendiente de animales!
¡Lo trajiste, pero ni una vez lo has bañado o recogido sus mierdas! ¡Yo no sé
que vas a hacer con él, pero estoy mamada! ¡Llévatelo de aquí, mátalo, o has lo
que quieras, pero no quiero verlo más!”
El hombre, recostado sobre la cama y “acostumbrado” a las escenas de su esposa, sólo atinó a meter la cabeza entre la almohada. El viejo perro y el niño, que escucharon el alboroto mientras regresaban, esperaron atentos el desenlace de la trifulca. Un largo silencio fue paulatinamente seguido por el tímido gorjeo de unos pajaritos apostados en el árbol del patio. No hubo más gritos. Raúl miró con ternura y compasión los ojos del viejo Rober, y resolvió enterrar el machete de su padre junto a la estancia de las aves.